Mamoru Hosoda y los mundos paralelos

Fecha estelar: -306705.5
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Entrada sin spoilers.

Dentro del panorama del anime japonés actual, en el ámbito del largometraje y con las limitaciones de acceso al mismo desde el occidente, Mamoru Hosoda se ha revelado ya como uno de los directores más interesantes, con una gran capacidad para contarnos la cotidianeidad de la vida, los sentimientos y las dudas pero, a la vez, enmarcando sus historias en un ir y venir entre un mundo real y un mundo fantástico paralelo.

Ciertamente, los cuatro últimos trabajos de Hosoda tienen este aspecto en común: el contar una historia muy humana en un mundo a caballo entre la realidad y la fantasía. Es por esto que muchas de las opiniones sobre sus películas van ligadas a la comparación con las películas de Hayao Miyazaki, aunque lo cierto es que, la comparación, no es única en el caso de Hosoda. También se ha hecho fundamentadamente con Makoto Shinkai (Viaje a Agartha -2011-) o con Hiroyuki Okiura (Una carta para Momo -2011).

Si obviamos los primeros trabajos de Hosoda, en las franquicias Digimon y One Piece, se puede decir que todo empezó en el año 2005 cuando pasa a ser director de staff del estudio Madhouse. A partir de aquí el Sr. Hosoda no ha hecho sino crecer cada vez más a lo largo de las cuatro películas que ha dirigido desde entonces. La primera, año 2006, Toki wo Kakeru Shôjo (La chica que saltaba a través del tiempo). Aquí, la habilidad de la joven Makoto para cambiar el presente, cuando descubre que puede viajar en el tiempo, es la excusa para contar una historia de transición entre la adolescencia y la madurez y sobre la importancia de sopesar las decisiones que se deben tomar. Desde luego las películas con saltos temporales casi siempre son interesantes porque mantienen al espectador que conoce las reglas especialmente atento, es lo que hace esta película tan dinámica, pero Hosoda mantiene a sus personajes con los pies en tierra, el don que tiene Makoto no lo utiliza para nada que no sea realista desde el punto de vista de lo que sería esta historia sin el elemento fantástico.

Tres años después Hosoda estrena Samâ Wôzu (Summer Wars). Con el inicio por entonces, año 2009, del auge de los mundos virtuales informáticos y las redes sociales, en Summer Wars el elemento fantástico viene de una suerte de red social, el Mundo de Oz, donde surge un poder que intenta superar sus propios límites. Pero de nuevo, ésta es la excusa. Eso sí, con una animación estupenda de dicho mundo. El trasfondo real, el que verdaderamente importa de la historia, está muy ligado a la importancia de la familia, al respeto a las decisiones y consejos de los mayores, sustentadas aquí por la abuela de la familia Shinohara, y a la necesaria supervivencia de las tradiciones importantes en el cuasi mundo virtual actual.




Ahora bien, si de algo adolecen estas dos películas, algo que poco a poco en las siguientes se va diluyendo cada vez más, aunque siga presente, es la excesiva monería amorosa adolescente. En Ôkami Kodomo no Ame to Yuki (Los niños lobo, 2012) la cursilería dura poco, es al principio y es la parte menos interesante. Quizás sea necesaria pues el elemento fantástico, la convivencia entre hombres lobo y humanos, debe ser presentado, las reglas deben ser planteadas para entrar en la parte real, en la emocionante historia de una madre que lucha y se antepone a todas las dificultades para poder criar y proteger a sus hijos. Y también a la aceptación de la diferencia, a la aceptación de la realidad de uno mismo y el respeto a dicha realidad. Una historia bellísimamente contada y una película muy, muy recomendable.





Y así llegamos a Bakemono no Ko (El niño y la Bestia, 2015), y Mamoru Hosoda se sigue superando. El director sigue con la constante de sus historias, la necesidad y la importancia de una familia por rara que esta pueda parecer. El mundo fantástico surge en un callejón de Shibuya, entrada a un mundo paralelo imaginado como no muy diferente de un mundo medieval-rural sin tanta tecnología. Un lugar donde habitan las bestias y del que encuentro reminiscencias en el Pompoko (1994) de Takahata. Aquí tenemos a Kyuta, un niño solitario y huérfano que entra en este mundo donde conoce a Kumatetsu, una bestia sobrenatural excesivamente ruda para su propio mundo y, por tanto, incomprendida, solitaria en cierto modo. A partir de aquí Hosoda desarrolla la historia de la formación de una nueva familia. Una historia que en su primera hora es, simplemente, portentosa, de lo mejor que ha hecho el director hasta ahora. Y eso que la historia en sí, la de formación mutua alumno-maestro, ha sido vista infinidad de veces, pero lo que está bien contado, con el nivel justo de comedia, es infalible a la hora de captar la atención. Ciertamente, esta relación Kyuta-Kumatetsu sigue las pautas esperables, mil veces vistas, desde la incomprensión inicial a el establecimiento del vínculo y la necesidad mutua, el disgusto y la reconciliación. En algún punto de esta línea principal de la historia, cuando se produce una re-incursión de Kyuta en el mundo real y aparece de nuevo la posibilidad del romance, la película decae un poco. Pero pronto retoma un vigor espectacular para su tramo final, principalmente en su apartado visual.

En definitiva, las constantes en el cine de Hosoda siguen exponiéndose en El niño y la Bestia. El mundo sobrenatural es solo el escenario para contar, en este caso, la superación de la orfandad, de nuevo la familia y la responsabilidad para con la sociedad, y también la aceptación de la diferencia por uno mismo y por parte de todos.

Mención aparte merece la animación y el cuidado técnico de todas estas películas. Todos los fondos tienen un nivel de detalle más que sobresaliente, ya sean paisajes urbanos, interiores o paisajes rurales. Especialmente, en El niño y la Bestia el barrio de Shibuya está dibujado con un realismo apabullante, comparable al que reflejó Makoto Shinkai en Kotonoha no Niwa  (El jardín de las palabras, 2013). El órdago visual que es el final de esta película, la concepción artística y su paso a la animación es simplemente asombroso, admirable. Pero también hay un gran esfuerzo en la animación del movimiento de los personajes que está muy conseguido, y en el dibujo de rostros y en la expresividad de los mismos. Particularmente, en este aspecto, me es imposible no recordar el rostro irritado de Toshiro Mifune cuando veo el de la bestia Kumatetsu.


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Trailer. 



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Recuerda, amigo lector, que esta entrada está basada única y exclusivamente en mi opinión y gusto personal que puede, o no, coincidir con la del resto de los mortales.



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